DENTRO DE MÍ – por Luis Javier Lamban Jiménez

04/05/2022

Cuando Patricia abrió los ojos las primeras luces del alba se colaban a través de la ventana. Tumbada en la cama, miró las vigas de madera francesa del techo y disfrutó del silencio. Permaneció quieta, relajada, contemplando el tránsito de sus pensamientos y sentimientos. Un agradable cosquilleo recorría su cuerpo y una dulce melodía se repetía en su cabeza. Al cabo de un tiempo indeterminado, se calzó sus chanclas, rodeó la cama y abrió la ventana. El sol permanecía oculto detrás de las montañas y los restos de unas pequeñas nubes alargadas se disolvían en el aire limpio y fresco de la mañana.

Dejó la ventana abierta y se dirigió al baño. Cerró la puerta y encendió el viejo calentador blanco que colgaba boca abajo de la pared. Frente al lavabo, el espejo reflejó un rostro amable que escondía una sonrisa. Sus ojos, oscuros, diminutos, transmitían una profunda serenidad y calma. Se lavó la cara y después de alisarse el pelo, se puso sus pendientes favoritos y se pintó los ojos. Cuando salió al exterior, los restos de nubes habían desaparecido y un limpio cielo azul anunciaba la llegada de la primavera. Patricia avanzó unos pasos y los rayos del sol asomaron por detrás de las montañas, acariciándole el alma.

Atrás habían quedado aquellos duros años, llenos de dolor y sufrimiento. La impotencia frente a la enfermedad de su hija, viendo como el cáncer avanzaba inexorablemente. Interminables días y noches, encerrada en aquella blanca habitación de hospital, luchando entre la ilusión y la desesperanza. Hasta que, finalmente, llegó aquel último y nefasto día. Algo se rompió en el interior de Patricia para siempre, instalándose un sabor metálico en su garganta. Un sabor que permaneció allí durante días, semanas y meses… recordándole lo inevitable.

El estado de shock duró varios días –apenas recordaba nada del funeral, ni del entierro, no había querido poner la fecha de su fallecimiento en la lápida– Después llegó la negación, aquello no podía estar pasando, confiaba en despertar en cualquier momento de aquella horrible pesadilla. El tiempo avanzó y llegaron la furia y la ira, contra todos, contra el mundo, contra la vida, pero sobre todo, contra ella misma. Una pregunta bombardeaba incesantemente su cabeza: ¿Por qué? ¿Por qué su hija…? dejándole exhausta, agotada, sin fuerzas para seguir adelante. Solo deseaba cerrar los ojos y descansar, por fin.

Con el paso del tiempo reunió las fuerzas suficientes para entrar a su habitación. Al abrir el armario, se quedó mirando fijamente la ropa y los zapatos de su hija, el sabor metálico se intensificó en su garganta. Cerró de golpe el armario y se sentó en la cama. Sentía ganas de llorar, pero hacía mucho tiempo que se había quedado sin lágrimas. Se levantó y se acercó al escritorio, sus libros y apuntes se amontonaban sobre la mesa. Su hija estudiaba diseño de moda y recordó cómo, en el hospital, la había animado a ir pensando en su trabajo de fin de grado –a pesar de que todavía le quedaban dos años para terminar sus estudios–. Sobre una de las carpetas, en letras mayúsculas, se leía: “DENTRO DE MÍ”. Con manos temblorosas abrió la carpeta. En una carta, su hija daba gracias a la vida, expresaba lo bien que se encontraba y lo fuerte que se sentía para afrontar su enfermedad. A continuación, explicaba su pasión por la moda, lo que quería investigar, sus dibujos y lo que quería hacer en su trabajo de fin de grado. Sobre la mesa había un retrato de ella. Estaba sentada en unas escaleras, tenía una pierna flexionada sobre la que apoyaba el codo y sujetaba la frente con su mano derecha. Su pelo era largo y rizado, rubio como el de su madre, era preciosa. Las piernas de Patricia flaquearon y tuvo que sentarse de nuevo. El dolor alcanzó hasta el último rincón de su cuerpo y volvió a sentir aquella desagradable presión sobre su pecho, más intensa que nunca.

Una tarde, cuando miraba la televisión y cambiaba de forma compulsiva de canal –tratando de acallar el incesante bombardeo de pensamientos que la perseguía a todas horas–, algo le detuvo de repente. En una entrevista, un hombre de mediana edad, de pelo canoso y rostro sereno, hablaba de la mirada apreciativa. Aquel hombre captó la atención de Patricia. Por primera vez en mucho tiempo consiguió centrar su atención y escuchó algo que la sacudió por dentro: “Puedes ser víctima y hundirte en un pozo… o puedes hacer algo, por pequeño que sea, para gestionar lo que te está pasando. Lo importante no es lo que te pasa, sino lo que haces con lo que te pasa”. Cuando terminó la entrevista, Patricia apagó la televisión y se quedó en silencio, pensando durante un buen rato. Su hija se había ido para siempre ¿Qué era lo que tenía que aceptar? Una noche, soñó con su hija – se llamaba Patricia, como ella – En el sueño ella le decía que la dejase ir.

A partir de ese momento la vida de Patricia cambió por completo. Comenzó a leer, a meditar, a realizar cursos de psicología, preguntándose qué era lo que podía hacer. Trabajó muy duro durante meses, todos los días. Aprendió sobre autoestima, creencias limitantes, cómo reconocer y gestionar mejor sus pensamientos y emociones. Una mañana despertó con una idea, algo que había surgido espontáneamente del corazón, sin pasar por la cabeza; recuperar el trabajo de fin de grado de su hija.

El sábado por la mañana, después del desayuno se animó a compartir la idea con su marido.

– He pensado en un proyecto relacionado con nuestra hija y quiero que me ayudes – Rafa estaba leyendo el periódico, levantó la vista y la miró a los ojos.

– Cuéntame. ¿Qué has pensado? – Cerró el periódico despacio, lo dejó a un lado de la mesa y la escuchó con interés.

– He encontrado el trabajo de fin de grado de Patricia sobre su mesa y quiero que me ayudes a hacerlo realidad. Dispones de los medios y la infraestructura necesaria y no puedo hacerlo sin tu ayuda – Hacía mucho tiempo que no veía a su mujer tan ilusionada, su rostro transmitía tanta determinación que no pudo negarse.

– Está bien, pásame esos dibujos y el lunes hablaré con mis compañeros a ver qué se puede hacer – Rafa se levantó de la mesa, se acercó a su mujer y la besó en la mejilla.

Patricia estaba ilusionada, sabía que su idea era posible y aunque debía esperar al lunes, intuía que podía hacerla realidad. Cuando su marido regresó del trabajo solo le confirmó lo que ya sabía, era perfectamente viable confeccionar los vestidos. Al día siguiente, registró los diseños y el logo de su hija  –un maniquí con una sola pestaña– con el título “Dentro de mí”.

Hacía varios meses que había presentado el proyecto –Patricia lo hizo ante ciento treinta personas, a pesar de que nunca había hablado en público – Había tenido un enorme éxito y todos los beneficios iban destinados a la Asociación “Amigos contra el cáncer”. Nunca había imaginado semejante acogida. Patricia se sentía tremendamente agradecida por el cariño y el amor de la gente, por todo lo que estaba viviendo a través de su hija. No tenía palabras para expresar su alegría.

Mientras el sol acariciaba su cara sintió una enorme sensación de calma, paz y serenidad. Había conseguido lo más importante en la vida, gracias a la ayuda de su hija, convertir su sufrimiento en amor y creatividad.

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